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martes, 14 de mayo de 2013

Margarita


Te miré con la intensidad de un amor temprano, amante inerte de la noche caminé pegado al tibio abismo adormecedor del acantilado, fino viento, espigado caminas a hurtadillas  casi levitando despeinando su melena blanca, he retirado por siempre la piedra que entorpecía su camino errante, su hocico intenta reconocer olores de su juventud por donde caminó rumbo al destino insoslayable de su hermosura, no has ladrado, ni me has mordido, situación que me sorprendió un instante, sólo te limitaste a olfatear el futuro, relamiste tus patas una y otra vez, repetidas veces, que la monotonía se hacía irrelevante, te acercaste con el desdén como cuando la damita refinada se acerca a un mendigo muy desaseado, te apoyaste en mi pecho hirsuto, huesudo, empobrecido, agolpado, te dejaste caer, con la gracia con la que una flor se deja arrastrar por la decidía de una tarde escurridiza, te acomodaste en mi pecho siempre buscando tu comodidad, importando poco o casi nada que yo tenga que trabajar, te adueñaste  de mi cuerpo con la naturalidad con la cual sorbes tu leche matutina, tu lengua una y otra vez, áspera como lija, relamía mi piel, relamía mi vida, relamía mi alma, hasta que lograste al fin amalgamarla en un ovillo al cual colocaste en en un rincón de tu casita sabor a miel, en donde juegas la eternidad que te otorga la sabiduría de tus ojos bondadosos.

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