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domingo, 26 de enero de 2014

Promoción



Medio día infernal, manejabas maniobrando tu auto por las avenidas enloquecidamente repletas de vehículos queriendo evitar el viperino calor que se colaba por tu carro, no estabas fastidiado, eso parecía, conversabas con tu viejo de los últimos documentos que habían enviado, estabas seguro, además la iridiscente alegría que se respiraba era de que amablemente ese día, era sábado, fin de labores, sería por eso que una sonrisa se dibujaba en tu plástico rostro, diríamos que estabas feliz.

Giraste por Vera Enriquez y enrumbaste por 9 de Octubre hacía tu hogar, un microbús de color amarillo atiborrado de pasajeros pasó raudo a tu costado donde lograron escuchar una salsita de Niche, moviste la cabeza siguiendo el ritmo, al final de la avenida se veía magnánimo el estadio Mansiche, coronado por su torre de iluminación, la fila de autos era interminable, aceleraste un poco, sin embargo el verde del semáforo cambio a ámbar y luego a rojo. 

Detuviste la marcha, increíblemente te deleitaste del ruido de la ciudad, era tu hogar pensaste, una gota de sudor se deslizó por tu frente tan lentamente que tuviste el tiempo suficiente para percatarte en ese mendigo que del semáforo emergía, como un ser fantasmal, con ropas históricas, una camisa rocanrolera y un jean raído se acercó a un auto moderno de color negro de lunas polarizadas, del interior únicamente salió una mano hermosamente cuidada que ondeaba negativamente con la misma elegancia con la que un bailarín de marinera mueve el pañuelo, el hombre mayor, que bordeaba la cincuentena, frunció el ceño, recién te diste cuenta de que una de sus piernas estaba recogida, entumida, rengueando avanzaba hacia ti, te fijaste en su rostro, era un tipo, como de 50 años, atrapado en el cañazo, de pelo ondulado, de color  cobrizo, de voz ronca, y sin un ojo.

Le dijiste a tu viejo que te alcanzara un par de monedas, estiraste tu mano derecha para recibirlas, mientras le decías al tipo promoción, parece que no te entendió muy bien, nuevamente repetiste promoción casi sacando tu cabeza por la ventana, señalándole tu ojo derecho cubierto por una estela azul, el tipo lo miró y sonrió, promoción de ojo le dijiste, te pareció tan natural, como cuando a tus amigos de colegio los saludas orondo “Hola promoción”, es como pertenecer a un club selecto.

Tu viejo a tu costado, de copiloto, sorprendido escuchaba el diálogo, te pareció oír su carismática y cálida sonrisita, el mendigo se acercó más a la ventana del auto y te dijo, mostrando su inexistente ojo derecho, fue una perdigonera, su voz nuevamente sonó aguardientosa. Lo mío fue con balín, sentenciaste, como para diferenciar la historia, tu voz sonó como la de un niño rico, arrogante, luego sonriendo y elevando el tono de voz le dijiste; casi cuando el semáforo cambiaba al color verde y la ola de claxon especialmente de los taxistas empezó a hacer eco te recordó que debías partir; que la otra semana irremediablemente vendrías a pararte en su esquina a trabajar con él, y soltó una carcajada que te permitió contar que le faltaban casi todos sus dientes.

miércoles, 22 de enero de 2014

Con altura se miden los retos




Dedicado con estima para el Flaco Eber, de buen corazón:


Me faltaban unos cien metros para llegar, había tenido mareos, cosas del fútbol quizás pensé, cosas de la vida, no importaba ahí estábamos 8 o 10 amigos sudando detrás de una pelota, una gallada hambrienta de gol. El corazón se aceleraba, ahora faltaban 30 metros, era un edificio color parecido a la del cuerpo del zancudo, un pasadizo iluminado, como cuando uno entra al cielo, y ahí estaba la escalera enchapada de un cerámico color marfil, cada peldaño que subía era interminable, insostenible, veía reflejado mi rostro delgado en el piso, brillaban mis lentes oblicuos, como la cola terca de un perro callejero que cruzó entre las avenidas Larco y Fátima, afiné la vista, sacudí la cabeza, traté de desalojar todos mis pensamientos y arrojarlos hacia ese brillo pudoroso del mandil de ese médico impecablemente vestido con un auto nuevecito.

Un número en la pared señalaba Tercer Piso, era ahí, remiré el papel estrujado de mi bolsillo trasero la dirección, no había duda, me sentí aturdido, quizás mi metro noventa y cuatro de altura causaba esa sensación de adormecimiento, ahora si mis piernas pesaban una eternidad, oficina 302, veía la luz salir de ese ambiente, anhelé ser absorbido por ella, al ingresar, la sombra de mi anatomía avanzaba infinitamente, alcanzando mi miedo, pude observar que habían 10 personas sentadas, a penas susurre algunas palabras con la secretaria que se desentendió de una revista sobre Neoplasia fulminante, estruje mi rostro, miré fijamente a un hombre, supongo que paciente, de mediana edad, de polo azul, que movía cadenciosamente su mano derecha, como queriendo encontrar el ritmo de la vida.

Ella me dijo que en unos minutos me llamaría, pasaron 10 y entré, arrastraba los pies, ahora era como que caminaba de rodillas, casi implorando al Dios Eterno que se apiade, que ya no creceré más, el médico revisaba mis exámenes , pasaba de una hoja a otra, y luego las volvía a ver, me pareció encontrar en ese movimiento el mismo tic del paciente del polo azul, el eco vino del sur como un huracán, flaco, no te desarmes más, sonaba aguardentosa la voz meticulosa del profesional en oncología, flaco, y vi una flor amarilla en sus labios florecer como en los pastizales de mi Cajabamaba amada; lo tuyo es leucemia crónica, flaco, es como tú, las células maduran más rápido, pero es tratable, pensé que esa palabra la utilizaba para describir a una chica que no me atraía pero me caía bien, recordé recién que debí borrar la última cita del facebook algo tristona “puedo perder la vida pero no la dignidad”.

domingo, 19 de enero de 2014

Berraco bisoño


Pelado amárrate los zapatos marrones
que sucios no podéis llegar a la escuela
se juicioso hijo la bendición contigo mijo
guajiro acércate a tomarte un aguardientico
sonaba en tu piel el ballenato de Diomedes Díaz
en aquella rocola verde que al fondo de ese bar
esperaba como un árbol frondoso
las monedas que hacían brotar esas letras
que peladito en tu niñez no podías entender
te dejaste alar por el olor ablandador del aguardiente
y la bendición de tu madre no sirvió para protegerte
de aquella mano extendida en el barcito
acongojado por la tenue luz de sus ojos taimados
no fue necesario guajiro amarrarte tus zapaticos
De las mesas regadas a la deriva las risas amarraban
las historias de pistoleros
hombres que les brillaban plateadamente
tanto los ojos como las pistolas
te preguntaste
a esa hora tus parceros se encontrarían concentrados en el aula
mirando a la profe María Eugenia como deliciosamente mueve sus labios
cuando pronuncia que seis por seis son sus piernas torneadas
cubiertas del pudor de la sabana bogotana extensa y de las ciénagas verde esmeralda
y te respondes que chimba, seguro tu carpeta desnuda de a poquitos se irá retirando al final de tus sueños
y se perderá en la infinidad de la escuela fiscal como tantas carpetas vacías
como tantos pelados que dejaron las aulas
como tú
por una vida de emociones truculentas
en donde, Ave María
dejarás el corazón atrapado en el tiempo suspendido
enrollado por tu piel de berraco bisoño...