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sábado, 14 de marzo de 2015

Brisa de verano




La brisa del verano acurrucó tu historia hirsuta, innegable, ilusa, común; la chica buena de la película tomó tu mano exactamente cuando el pianista del Munich; gran pub del centro de esa Lima ordenada que tanto te fastidiaba; no era como la de tu época universitaria, tan caótica y desenfrenada; interpretó la gran canción  francesa “El Paraguas de Cherburgo”, tema de la película del mismo nombre y del mismo país, tan irreprimiblemente tristona de finales lacerantes, inquietantes, inusuales; me besaste apasionadamente y tan sorpresivamente, elucubré; sin embargo años después, mi amigo Juan disipó mi pensamiento y señaló que simplemente fueron los efectos del buen alcohol provenientes de esos piscos que nos embriagaba de amor y de besos impropios lanzados en una mesa casi alejada del artista del piano impecablemente vestido de un milenario frag que disimulaba su ajetreo con el talento y embrujo que desplegaba el pianista con sus dedos esqueléticos en ese instrumento de inagotables años quizás carcomido por el humo de los cigarrillos consumidos por chicas que destilaban su sensualidad hasta cuando parpadeaban.

Cuando mis labios mordías acaramelada mente, mi cabeza daba vueltas innumerables como avión Concorde en vuelo inaugural, cuando lograba  vencer la velocidad del sonido, tu vencías mi coraza irascible y yo me acercaba a tu corazón sigilosamente, eso pensé.


Bebiste el último sorbo de tu pisco sour bien peruano y me dijiste... amor el paraguas tiene huequitos y por ellos pasa la luz de tu vida y me encaras que tienes el presentimiento que te da tu juventud, de que eres un amor de persona pero que el tren del tiempo a partir está, es próximo en la estación y que sólo tienes un boleto; ante mis ojos convalecientes de ilusión; descerrajaste la frase primigenia y muy sabia que yo bien percibía,  y ahora alejado del tiempo comprendo totalmente; que nunca estuve en tu lista de tus pasajeros ilustres.

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