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sábado, 14 de marzo de 2015

Brisa de verano




La brisa del verano acurrucó tu historia hirsuta, innegable, ilusa, común; la chica buena de la película tomó tu mano exactamente cuando el pianista del Munich; gran pub del centro de esa Lima ordenada que tanto te fastidiaba; no era como la de tu época universitaria, tan caótica y desenfrenada; interpretó la gran canción  francesa “El Paraguas de Cherburgo”, tema de la película del mismo nombre y del mismo país, tan irreprimiblemente tristona de finales lacerantes, inquietantes, inusuales; me besaste apasionadamente y tan sorpresivamente, elucubré; sin embargo años después, mi amigo Juan disipó mi pensamiento y señaló que simplemente fueron los efectos del buen alcohol provenientes de esos piscos que nos embriagaba de amor y de besos impropios lanzados en una mesa casi alejada del artista del piano impecablemente vestido de un milenario frag que disimulaba su ajetreo con el talento y embrujo que desplegaba el pianista con sus dedos esqueléticos en ese instrumento de inagotables años quizás carcomido por el humo de los cigarrillos consumidos por chicas que destilaban su sensualidad hasta cuando parpadeaban.

Cuando mis labios mordías acaramelada mente, mi cabeza daba vueltas innumerables como avión Concorde en vuelo inaugural, cuando lograba  vencer la velocidad del sonido, tu vencías mi coraza irascible y yo me acercaba a tu corazón sigilosamente, eso pensé.


Bebiste el último sorbo de tu pisco sour bien peruano y me dijiste... amor el paraguas tiene huequitos y por ellos pasa la luz de tu vida y me encaras que tienes el presentimiento que te da tu juventud, de que eres un amor de persona pero que el tren del tiempo a partir está, es próximo en la estación y que sólo tienes un boleto; ante mis ojos convalecientes de ilusión; descerrajaste la frase primigenia y muy sabia que yo bien percibía,  y ahora alejado del tiempo comprendo totalmente; que nunca estuve en tu lista de tus pasajeros ilustres.

jueves, 5 de marzo de 2015

Ingenieros de élite


Corría el año 2008, ya había pasado el verano en esa Lima viajera y efímera, en el interior de un séptimo piso de un edificio de FONAVI, en el ala oeste había una sala de conferencias, la cual había sido habilitada para que un grupo de expertos profesionales analizaran y emitieran un diagnóstico situacional de unas obras que habían quedado sin liquidarse las cuales estaban ubicadas a lo largo de nuestro territorio.

Para las capacitaciones de liquidaciones de obra nos había; la empresa que nos contrató; incluido a un experto de talla internacional en esos menesteres, era un ingeniero de reconocida suficiencia profesional conocido como Walter y que para  Juan, uno de nuestros ingenieros que conformaron la élite de expertos liquidadores buceando miles de documentos suspendidos en el tiempo, tan antiguos como los dinosaurios y la Pepa Baldesari; era, sin más etiqueta que el gurú, el Dalai Lama, el Bill Gates de la ingeniería.

Un día se encontraba nuestro ingeniero capacitador dictando su charla magistral, cuando de pronto, intempestivamente, otro ingeniero, que capitaneaba el equipo de expertos profesionales, se sintió disminuido, acalambrado intelectualmente, y hubo una gran interferencia con Walter y un amago de discusión, que dio por resultado la salida intempestiva de este último, del aula magna.

Atrás, quedó paralizado nuestro amigo Juan, inamovible, petrificado; segundo a segundo y lentamente la sangre irrigó nuevamente su ser y en un segundo de lucidez atinó a salir raudo detrás de la estela dejada por Walter, gritando a viva voz...Quédate Walter!!!, no te vayas!!!...no nos abandones!!!...no me abandonessssss!...

Sin embargo, ya se había cerrado el ascensor y Walter 5 pisos más abajo con sus canas envolviendo su cabellera pensaba, carajo en que cojudez me metí, y no pudo percibir los rechinantes gritos de Juan y nuestra risa perfectamente modulada para que no moleste a otras oficinas del gobierno de turno. Juan quedó lisiado, enajenado para siempre de tan incruenta situación ingenieril, quedaron desbaratadas el ideal de dominar este último filón de la ingeniería que le había sido tan esquivo: La Liquidación de Obras o quedar liquidado en el intento, fue lo último el que se impuso.