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miércoles, 31 de diciembre de 2014

Camino Culebrero


Como de costumbre, cada domingo se levantaba temprano Doña Maru, levantaba a todos, con su aguda voz y sus ganas de aventurarse a la aventura. Era esa Lima primaveral de una época en que un gobierno de facto del General Velasco entraba en la corriente socialista a un país hambriento de justicia; años en los cuales ya había nacido el hijo mayor de Doña Maru; hermosa y linda mi Maru…tan inteligente, conversadora e increíblemente impredecible como ese día…

Pero este Domingo; no era un Domingo más; era el Domingo Cumpleaños de su hermano mayor y Doña Maru; como siempre en fiestas de su amada familia; había organizado todos los preparativos para tan ilustre evento, es decir, sin ambages ni aspavientos ni etiqueta, SALIR A LA AVENTURA…y que mejor que iniciar la aventura por el Camino Culebrero…

En su elegante auto Ford Taunus rojo de Don Tito; cuenta la historia popular que bastaron 15 días para que la belleza y el encanto de Doña Maru le cambiara radicalmente su vida pasando de un brinco a la fila de los ilustres casados. En el auto ya estaban cómodamente sentados, casi toda la familia de la Doña Maru, se veía a su madre Paquita, el cumpleañero de un impecable traje marrón que contrastaba con su pelo ensortijado color del sol y el hermano menor, al que lo llamaban con cariño Moto, diminutivo de Demóstenes, peculiaridad de la Doña Paquita de nombrar a los nuevos seres de este planeta con nombres mitológicos.

Partieron rumbo a la aventura, partieron con dirección al mar, a un balneario que nunca pasa de moda ubicado al norte de Lima, en donde su bahía es surcado por veleros y yates de la encumbrada sociedad limeña, en la que se erigen edificios muy altos, los cuales le daban la prestancia de una ciudad de la rivera Francesa; lugar eximio escogido para celebrar el enésimo cumpleaños del Colorao Marco.

Habían partido, Don Tito al volante; joven e ilustre ingeniero; que transformaría en poco tiempo a la urbe limeña, convirtiéndola en la otrora Ciudad de los Reyes, en la ciudad de los rascacielos. Doña Paquita, filosofando ensimismada estaba segura que deberían rezar por lo menos un Padre Nuestro y un Ave María, antes de partir, para que los acompañe y cuiden en su camino; tan sabia y experimentada, como las madres de antaño, ahuyentando cualquier destino incierto que pudiera estropear la celebración de tan ansiado cumpleaños de su amado mayorazgo.

El joven ingeniero enrumbó su automóvil escarlata por un atajo que su profesión lo había ayudado a encontrar, era un desvío que lo acercaba al balneario soñado en menos de 1 hora de viaje. Entraron al camino; radiante siempre Doña Maru, con esa sonrisa que hacía sonrojar de amor a Don Tito, expresó risueñamente, ¡vamos por el CAMINO CULEBRERO!, y empezó a cantar a capella esa cumbia colombiana llamada “La Burrita”, y contentos, bullangueros atravesaban dicho camino; cuando de pronto se sobresaltó Don Tito, había divisado a lo lejos un auto que venía a toda marcha con el capó suelto, no se sabe como, volcado hacia el lado izquierdo del piloto, invadiendo el carril que le correspondía al Taunus rojo. Atrás de ese auto logró divisar a un patrullero con la circulina encendida persiguiendo al desbocado auto. No sabe como Don Tito, hasta ahora recuerda sorprendido en sus noches de insomnio, como es que logró esquivar lo que era imposible hasta esos instantes, manejando casi rosando las casas en la vera del camino; todo un as del volante logró sortear el peligro deteniéndose aliviado unos metros mas allá.

Que había sucedido!!!, todos buscaban la respuesta en sus miradas atónitas; Doña Paquita nuevamente pensó y caviló que debió de haber rezado ella sola, y se culpó calladamente de no haber sido más estricta en su credo.

Bajaron del patrullero dos oficiales, uno de ellos se dirigió al piloto del errante auto y el otro al auto de Don Tito, preguntando si todo estaba bien, y a Dios gracias, todo sin novedad, sólo fue un gran susto, exclamaron, sin embargo el auto presentaba una gran abolladura en su carrocería.

El oficial les comentó que  venían persiguiendo por el camino culebrero, a ese señor; que justo en ese preciso instante se levantaba de su auto, tambaleándose como bandera de velero. Todos supieron que estaba extremadamente borracho, hasta el perno, como diría mi amigo Juan.

Los oficiales determinaron que todos deberían ir a la Comisaría; uno de ellos manejaría la patrulla; el otro oficial, el auto del borracho y éste señor; que había bebido como si fuese Año Nuevo; debería acompañar a la familia playera.

Se acomodó el borracho como niño travieso en la parte trasera, Doña Paquita, con una expresión de desconcierto y desasosiego, dejó pasar evitando al máximo todo contacto;  y este salvaje se sentó en el medio, entre Moto y el Colorao; quien es una persona tranquilísima y de una bien cimentada moral; todavía la familia entera recuerdan cuando le comunicaron que su hermana menor se iba a casar muy joven, se encendió como brasa, y con su dedo índice moviéndolo como péndulo sentenció, que ello no debería permitirse, de ninguna manera, sin embargo la Sra. Paquita lo aplacaría educadamente, que no moleste!!!.

El viaje; aunque no debemos llamarle viaje, sino calvario; del Camino Culebrero hasta la Comisaría duraría, estimaba, el joven Ingeniero, unos 20 minutos. Lapso en el cual sentado el desgarbado  borracho, volteaba a mirar hacía la izquierda, observándolo fijamente al Colorao, quien sabe porque!!!, hasta ahora la familia se lo pregunta y a boca de jarro desenvainó un par de irrepetibles palabras que dejó atónitos y mudos a todo el mundo…Zambo Cabrón!!!, una y otra vez repetía, como estribillo, el impertinente ebrio; el Colorao, de inmutable aspecto, manteniendo la seriedad del caso, sin embargo, tamaña afrenta poco a poco se reflejaba en su acalorado y  afiebrado rostro, sólo contenido por la presencia de su madre, de iniciar cualquier acto rudo; ayudado por su cabellera rubia y sacando a relucir su paciencia, similar a la de la figura bíblica Job;  a decirle educadamente,  claro está con firmeza, que guarde silencio, que respete a la familia. Observando por el retrovisor Don Tito veía que el Colorao empujaba con su hombro al borracho, para hacerle sentir su presencia física; sin embargo, el necio alcóholico, en su estado catatónico, seguía repitiendo el infortunado estribillo...Zambo Cabrón...

Los veleros y yates surcaban magníficamente el océano Pacífico en Ancón; como lo hacía Hemingway en las playas de Cabo Blanco en la mitad del siglo pasado; la voz de Doña Maru, había languidecido paulatinamente mientras los minutos pasaban, todos los planes de aventura habían volado cual garza en lontananza; el Feliz Cumpleaños playero sólo retornaba la imagen lóbrega de una Comisaría del lejano Oeste, la cual sería por último, el final del Camino Culebrero.

Siempre salado el Colorao!!!, sentenció Doña Maru... y Moto, el jovencito Moto, quizás debió pensar...Salado el Zambo...justo en su cumpleaños!!!, pero, luego cavilaría, de donde mierda ese borracho le decía muy suelto de huesos, Zambo...a mi querido hermano Colorao!.

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