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miércoles, 22 de enero de 2014

Con altura se miden los retos




Dedicado con estima para el Flaco Eber, de buen corazón:


Me faltaban unos cien metros para llegar, había tenido mareos, cosas del fútbol quizás pensé, cosas de la vida, no importaba ahí estábamos 8 o 10 amigos sudando detrás de una pelota, una gallada hambrienta de gol. El corazón se aceleraba, ahora faltaban 30 metros, era un edificio color parecido a la del cuerpo del zancudo, un pasadizo iluminado, como cuando uno entra al cielo, y ahí estaba la escalera enchapada de un cerámico color marfil, cada peldaño que subía era interminable, insostenible, veía reflejado mi rostro delgado en el piso, brillaban mis lentes oblicuos, como la cola terca de un perro callejero que cruzó entre las avenidas Larco y Fátima, afiné la vista, sacudí la cabeza, traté de desalojar todos mis pensamientos y arrojarlos hacia ese brillo pudoroso del mandil de ese médico impecablemente vestido con un auto nuevecito.

Un número en la pared señalaba Tercer Piso, era ahí, remiré el papel estrujado de mi bolsillo trasero la dirección, no había duda, me sentí aturdido, quizás mi metro noventa y cuatro de altura causaba esa sensación de adormecimiento, ahora si mis piernas pesaban una eternidad, oficina 302, veía la luz salir de ese ambiente, anhelé ser absorbido por ella, al ingresar, la sombra de mi anatomía avanzaba infinitamente, alcanzando mi miedo, pude observar que habían 10 personas sentadas, a penas susurre algunas palabras con la secretaria que se desentendió de una revista sobre Neoplasia fulminante, estruje mi rostro, miré fijamente a un hombre, supongo que paciente, de mediana edad, de polo azul, que movía cadenciosamente su mano derecha, como queriendo encontrar el ritmo de la vida.

Ella me dijo que en unos minutos me llamaría, pasaron 10 y entré, arrastraba los pies, ahora era como que caminaba de rodillas, casi implorando al Dios Eterno que se apiade, que ya no creceré más, el médico revisaba mis exámenes , pasaba de una hoja a otra, y luego las volvía a ver, me pareció encontrar en ese movimiento el mismo tic del paciente del polo azul, el eco vino del sur como un huracán, flaco, no te desarmes más, sonaba aguardentosa la voz meticulosa del profesional en oncología, flaco, y vi una flor amarilla en sus labios florecer como en los pastizales de mi Cajabamaba amada; lo tuyo es leucemia crónica, flaco, es como tú, las células maduran más rápido, pero es tratable, pensé que esa palabra la utilizaba para describir a una chica que no me atraía pero me caía bien, recordé recién que debí borrar la última cita del facebook algo tristona “puedo perder la vida pero no la dignidad”.

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