Me desperté una mañana calurosa, luego de revolcarme en mi hamaca durante horas, estaba traspasando el umbral de la conciencia cuando de repente miré los ojos más hermosos de este mundo frente a mi descarrilado cuerpo, un bello pelaje color amarillo rojizo de un león se dejaban caer por esa mirada serena, segura, dueña del mundo, comenzó a olerme, primero mi cabello maltratado por las interminables horas de viaje, sentía sus fauces respirar muy cerca de mi sorprendido corazón, y el sonido que despedía semejaba a las blasfemias de un ser en trance, me hipnotizó esa inmensa fuerza y poderío de sus 150 kilos, que magnifico animal, hermoso por donde mis ojos lo recorran, no dejaba de mirarme cavilando mis pensamientos, estaba a merced de sus instintos, no había escapatoria, ni lo pretendía, sentía la imperiosa necesidad casi agónica de resbalar las palmas de mis manos por ese imperial pelaje de espectacular brillo, cerré los ojos lentamente armando en mi mente miles de imágenes de animales bellos, navegaba al lado de una ballena azul, volaba al lado de un águila real, corría junto a un jaguar, comía al lado de un venado, saltaba contra la corriente junto a un salmón al mediodía cuando los rayos del sol forman innumerables arcoíris en cada gota de agua que salpica del río, soy inmortal cavilé, metamorfosis de un ser que compartió el aire tibio de la respiración de un león desarraigado de sus tierras que se alejó pausadamente buscando su hogar, que hace miles de años venimos despojándolo, abrí los ojos, era de noche, el sopor había tejido una telaraña en mi afiebrado cuerpo, nací nuevamente, rasgando cariñosamente la panza de algún animal piadoso que prodigaba vida en donde sólo le espera la muerte.
martes, 29 de noviembre de 2011
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