Andaba mi bella madre por la capital arqueológica de América,
la ciudad incaica de Cuzco, tenia 7 meses de embarazo, su primer hijo había
nacido de manera cesárea, así que una mañana en la que despertaba en brazos de
su amado TiTo, le dijo, mi segundo hijo va a nacer de forma natural, nada de
cesárea, quiero concebir como las mujeres de siempre. TiTo desde luego se
asombró, se asustó, quiso persuadir a mi madre, pero ella era de aquellas
mujeres que cuando toman una decisión no hay marcha atrás.
Llegó el esperado día, yo ya tenía de seguro 9 meses en el
vientre de mi madre, un 29 de mayo en la mañana le empezaron las contracciones,
ella impertérrita, impasible, tenía el semblante calmo y nívea de las
bienaventuradas, pasaron las horas, se desvaneció lentamente el semblante dulce
cuando los dolores cada vez se hicieron mas fuertes, terriblemente fuertes
diría mas tarde mi madre, hasta que a las 6:35 pm nací, andaba saliendo del
vientre materno y mi primera acción antes del llanto fue lanzar un chorrito de
orina teledirigida al médico de turno, quizás para vengar a mi madre por esos
dolores inigualables, el galeno sólo atinó a sonreír y darme la palmadita un tanto
más vehemente en el rostro para que estallara en llanto y mis pulmones se
agiten poderosamente.