Amaneció con la tranquilidad que dormiría toda la mañana, una llamada telefónica desbarato su plan perfecto, era una voz pausada, sonora y metálica, aturdido, amordazado por la modorra, su mente cavilaba por encontrar el autor de tan infeliz llamada, un tanto más despierto, creo oír que detrás de esa voz casi con un sonido pírrico, la voz inigualable de Prince con su Purple Rain, dicha canción tranquilizó su estado catatónico, hola…hola…!!!...- Pablo, la noche es tan apacible como peligrosa… y dejo de escuchar la magnífica guitarra de Prince. El sueño regresó tan pronto que rendido se desmoronó en una poltrona de madera tipo Luis XVI.
Al menos supo que se levantó en la hora encrespada y de tránsito entre la tarde y la noche, se duchó, afeitó y se alisó el cabello con un gel que le congeló segundos su mano izquierda, se puso su camisa dorada y sus botas marrones de punta de acero, acicaló su pantalón, automáticamente llevó su mano a ese cajón donde relució el plateado de ese hermoso revolver enchapado en nácar. Era un acto mecánico de todas las noches, se miró en el espejo sin pestañear y salió rumbo a la avenida Faucett, unos colombianos lo esperarían cerca al aeropuerto, su mercedes avanzaba cual tiburón en aguas cálidas, se sentía un depredador intocable, quiso sentir un poco de adrenalina y pisó el acelerador de ese precioso carro escarlata, sorteaba los carros como ese escualo que tenía tatuado en su hombro derecho, esa avenida semejaba a una serpiente luminosa, subió el volumen y empezó a cantar purple rain purple rain, tratando de imitar al sonido de la voz de Prince tan melancólica y sexy, prendió un cigarrillo, mientras cavilaba cual sería el discurso con que empezaría la negociación con los colochos, trataba de recordar el acento barranquillero, aceleró la marcha, se miró al espejo que retornó la imagen de un niño bañándose en una piscina compitiendo con unos compañeros que lo ridiculizaban por ser tan flaco, movió la cabeza, miró el GPS de su moderno auto, y escuchó la voz impersonal de ese aparato que le decía…Pablo, Usted llegó a su destino. Aparcó cerca a una farmacia que tenía una enorme publicidad que relucía con una luz de neón que permitía ver el brillo de su capó. Miró extrañado una mujer de mediana estatura que se le acercaba gesticulando prolíficamente, con ademanes casi teatrales, agudizó la mirada, reconoció ese rostro curtido de Estela, esa Barranquillera salerosa, amante de la noche y de los tragos exóticos, fueron instantes, segundos, cuando el sonido de una moto aplacó la caminata de Estela, quien de bruces cayó en la capó de su Mercedes llenándolo de un líquido viscoso, de color rojo brillante. Había esa mañana olvidado el reflejo de innato de un depredador, las calles impúdicas no le hablaron del peligro y esa luz de neón de la farmacia reflejó el preciso instante en que un joven íntegramente vestido de cuero negro erguía su mano derecha empuñando una pistola, atisbó el brillo acuoso de unos ojos impenetrables, escuchó el sonido del disparo y se sumergió en un mar infestado de tiburones y delfines, su cuerpo delgado nadaba velozmente en aquella piscina de un azul profundo como el mar.
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