Quizás David Zaplein como se hacía llamar, burlándose de la magia de
Albert Einstein, se acostumbró al tercer año, quizás las chicas lindas del
verano allá en las playas de Pimentel lo perturbaron y acabó recapitulando o
volviendo a redescubrir dicho año, con una nueva promo, quizás nunca se lo
preguntaron, ni lo comentó. Pero ahí estaba sentado al final de la fila siempre
con esa sonrisa de estudiante pilluelo.
Los que compartieron los tres años del
final de la secundaria, lo recuerdan como el compañero de los chistes
matutinos, esos que te los contaba en la primera hora del siempre difícil
despertar de las 7:30 de la mañana, cuando las legañas aún permanecen sembradas
en tus ojos recordándote que esta noche prometerás acostarte temprano y no
veras la serie rosa.
Se agrupaban al fondo del salón una tropilla de alumnos mezclados entre estudiosos,
poco estudiosos y ficheros, en las horas en que los profesores se ausentaban
por razones aún desconocidas o pérdidas en la memoria, ahí sentado siempre
bonachón, tocaba tu hombro para llamar tu atención y empezaba con el chiste del
toffee y la tenia solium o solitaria. Le gustaba burlonamente autoproclamarse
“David Zaplein”. En las clases de física, socarronamente desafiando al profe
“Foco” que llenaba la pizarra con un sinfín de fórmulas que las volvía a
repetir en su famosa academia en un segundo piso detrás del club Tell, de la que
nuestro amigo era asiduo visitante.
“David Zaplein”, un día de verano en el mar de Pimentel, se divertía con
un grupo de amigos y chicas lindas sorteando las olas que desfilaban cada vez
más seguidas, ellos saltaban felices despreocupados
del tiempo, eran reyes del mundo, y él andaba con uno de esos shorts largos de
moda y seguía saltando y saltando hasta que una de esas olas picaronas y
calentonas, sin previo aviso bajo su short marca billabong y las chicas lindas
vieron sonrojadas como el miembro viril acompañaba el movimiento acompasado de
las olas, y David Zaplein de lo más feliz que las chicas se rieran de lo
experto que era en jugar con el mar, no se había dado cuenta que las aguas
cálidas de mar norteño, habían descubierto, ante los ojos virginales de
aquellas chicas, sus secretos masculinos, felizmente alguna molusca
nada pecaminosa le aviso que miraba hacía su entrepierna descubierta,
reaccionando de inmediato, sumergiéndose en las aguas para solucionar tan
vergonzoso incidente, cuando emergió sonrojado, ya las chicas, acomodándose su
pelo, soltaban las carcajadas que retumbaron varios días en sus oídos.
Recuerdan que una mañana de primavera, un día en el que estábamos
vestidos con nuestro buzo de educación física, en el quinto de media de la
sección “B”, el salón era un templo budista, no existía el ruido, un profesor
explicaba su curso con suma dedicación, tremendamente concentrado, era un
oráculo del saber. Dentro de las cavilaciones de este profesor se le ocurrió
dirigir a quemarropa una pregunta medio dificilona, un tanto complicada y
levantando un poco su voz se dirigió al primer o segundo puesto del salón,
apodado como una abeja de un programa de televisión, que se encontraba en ese preciso instante cavilando si su mami
le habría preparado un suculento almuerzo, éste de inmediato se levantó como si
estuviera sentado sobre un resorte y reflexionando profundamente, buscando en
su amplio espectro cognoscitivo estudiantil la respuesta. David Zaplein, que
notaba que su compañero necesitaba alguna ayuda inmediatamente, no dudó en
ofrecérsela, extendiendo su mano derecha deslizando su dedo medio por entre el
buzo de la parte de atrás de nuestro amigo le dijo suavemente: “Compare a ti lo
que te falta es tu Vitadedo” y de inmediato nuestro mejor alumno resolvió la
pregunta que lo atormentaba, recibiendo efusivamente el reconocimiento del
profesor. Ya se imaginarán las interminables risas que se tejieron al
fondo del rincón dominado por el personaje de David Zaplein.