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lunes, 20 de febrero de 2012

DAVID ZAPLEIN O VITADEDO

Quizás David Zaplein como se hacía llamar, burlándose de la magia de Albert Einstein, se acostumbró al tercer año, quizás las chicas lindas del verano allá en las playas de Pimentel lo perturbaron y acabó recapitulando o volviendo a redescubrir dicho año, con una nueva promo, quizás nunca se lo preguntaron, ni lo comentó. Pero ahí estaba sentado al final de la fila siempre con esa sonrisa de estudiante pilluelo.
Los que compartieron los tres años  del final de la secundaria, lo recuerdan como el compañero de los chistes matutinos, esos que te los contaba en la primera hora del siempre difícil despertar de las 7:30 de la mañana, cuando las legañas aún permanecen sembradas en tus ojos recordándote que esta noche prometerás acostarte temprano y no veras la serie rosa.
Se agrupaban al fondo del salón una tropilla  de alumnos mezclados entre estudiosos, poco estudiosos y ficheros, en las horas en que los profesores se ausentaban por razones aún desconocidas o pérdidas en la memoria, ahí sentado siempre bonachón, tocaba tu hombro para llamar tu atención y empezaba con el chiste del toffee  y la tenia solium  o solitaria. Le gustaba burlonamente autoproclamarse “David Zaplein”. En las clases de física, socarronamente desafiando al profe “Foco” que llenaba la pizarra con un sinfín de fórmulas que las volvía a repetir en su famosa academia en un segundo piso detrás del club Tell, de la que nuestro amigo era asiduo visitante.
“David Zaplein”, un día de verano en el mar de Pimentel, se divertía con un grupo de amigos y chicas lindas sorteando las olas que desfilaban cada vez más seguidas, ellos saltaban felices  despreocupados del tiempo, eran reyes del mundo, y él andaba con uno de esos shorts largos de moda y seguía saltando y saltando hasta que una de esas olas picaronas y calentonas, sin previo aviso bajo su short marca billabong y las chicas lindas vieron sonrojadas como el miembro viril acompañaba el movimiento acompasado de las olas, y David Zaplein de lo más feliz que las chicas se rieran de lo experto que era en jugar con el mar, no se había dado cuenta que las aguas cálidas de mar norteño, habían descubierto, ante los ojos virginales de aquellas chicas, sus secretos masculinos, felizmente alguna molusca nada pecaminosa le aviso que miraba hacía su entrepierna descubierta, reaccionando de inmediato, sumergiéndose en las aguas para solucionar tan vergonzoso incidente, cuando emergió sonrojado, ya las chicas, acomodándose su pelo, soltaban las carcajadas que retumbaron varios días en sus oídos.
Recuerdan que una mañana de primavera, un día en el que estábamos vestidos con nuestro buzo de educación física, en el quinto de media de la sección “B”, el salón era un templo budista, no existía el ruido, un profesor explicaba su curso con suma dedicación, tremendamente concentrado, era un oráculo del saber. Dentro de las cavilaciones de este profesor se le ocurrió dirigir a quemarropa una pregunta medio dificilona, un tanto complicada y levantando un poco su voz se dirigió al primer o segundo puesto del salón, apodado como una abeja de un programa de televisión, que se encontraba  en ese preciso instante cavilando si su mami le habría preparado un suculento almuerzo, éste de inmediato se levantó como si estuviera sentado sobre un resorte y reflexionando profundamente, buscando en su amplio espectro cognoscitivo estudiantil la respuesta. David Zaplein, que notaba que su compañero necesitaba alguna ayuda inmediatamente, no dudó en ofrecérsela, extendiendo su mano derecha deslizando su dedo medio por entre el buzo de la parte de atrás de nuestro amigo le dijo suavemente: “Compare a ti lo que te falta es tu Vitadedo” y de inmediato nuestro mejor alumno resolvió la pregunta que lo atormentaba, recibiendo efusivamente el reconocimiento del profesor. Ya se imaginarán las interminables risas que se tejieron al fondo del rincón dominado por el personaje de David Zaplein.

jueves, 16 de febrero de 2012

In Memoriam...Tributo a Lenin, el amigo que me dijo ...No somos Nada...frente al universo

Lenin  salía del salón preguntándose si ella lo había mirado, me lo preguntó a quemarropa, yo que todavía seguía aplicando lo que los teacher del ICPNA nos enseñaban, a pensar en inglés, of course pensé decirle, pero cambié rápidamente de decisión y le contesté que por supuesto; en aquella clase, ubicada en el tercer piso del edificio que aún hoy alberga a jóvenes con el entusiasmo de aprender inglés, pero con mayor entusiasmo de encontrar a la chica de sus sueños; que ella no lo había dejado de mirar ni un momento, escuchándolo absorta cada palabra de su buen pronunciamiento del inglés norteamericano, además agregué, que ella, en esa clásica disposición del ICPNA, de ordenarnos sentados en las carpetas ubicándonos formando una herradura, para que el grupo pueda interactuar, la bella chica únicamente había interactuado con él, sentencié.

Ella, la chica más linda del salón, y del tercer piso de ese mítico edificio, con su cerquillo maravilloso, y sus grandes ojos color caramelo, eran la dulzura de las tardes de otoño de aquel 86. Lenin abigarrado de amor quinceañero, pavoneando su primer puesto de toda la promoción del colegio Claretiano, no perdía la ocasión  de acercarse a aquella chica del colegio La Inmaculada, que vivía y moraba en la Urb. San Andrés, y es muy probable que le contara, respirando su inocencia, que él estudiaba poco, vivía mucho y que le gustaba hablar con ella, de repente si ella lo quisiese las 24 horas del día.

En el recreo se los veía juntos, siempre amigos, Cachi, como se le llamaba cariñosamente a Cassinelli, segundo puesto de la promoción, y Lenin, como ya lo habíamos contado, primero, con la cinta ambos en el hombro de brigadieres generales, se enfrascaban en una interminable conversación sobre el curso ultra acelerado de física que llevaban y de las últimas fórmulas trigonométricas que habían aprendido.

Algo más los unía, aparte de competir  académicamente, aparte de compartir miles de horas de intercambio de informaciones, aparte de escribir para una Gaceta Claretiana, los unía, como siempre pasa en la vida y  en las novelas de Televisa, el amor por una chiquilla de cerquillo maravilloso y ojos color caramelo, que estudiaba inglés en el IPCNA, que los había embrujado, y como siameses en ese largo devenir de competencias, habían sumado una más, no sé si es aceptable la palabra competencia, en los casos del corazón, pero la llamaremos una hermosa competencia.

Sólo les diré que aquella Gaceta Claretiana, guarda celosamente en la sección del corazón, en la línea tercera de la página 10, la respuesta a aquella púber competencia.

La inmortalidad de los quince años…

Hacedor de historias, de mitos, de vidas, de jóvenes que atrapaban el tiempo con los dientes, de carpetas pesadas que aún hoy persisten y resisten al paso de los años, cada salón, hoy,  en las noches retomarán en cada carpeta unipersonal las ilusiones, sueños y pieles, de Ustedes muchachos, que sonrieron al destino, desafiantes, hambrientos de gloria, eso son, muchachos Claretianos, chiquillos, mozalbetes, no me miréis con impasibilidad, solo soy su eco en cada noche, en la que en la tranquilidad de su hogar, rememoran el sinfín de historias que nunca debieron sus barrigas gordas ocultar. No, no es el tiempo el que sinuoso esquiva vuestras memorias, son ustedes los que no se dejan alcanzar por la gloria de la inmortalidad de sus quince años…

miércoles, 8 de febrero de 2012

Don Juan de Marco




La noche acompañó a la luna hasta que creyó que le debería serle infiel y se esfumó junto a la bruma de una Lima que es nostálgica, pura, inmaterial y tremendamente sexy, como la silueta de una morena saliendo de un callejón aquejado por la insolencia de los secretos más execrables, mas impuros, mas insoslayables, mas hirientes e inimaginables. Una botella de un licor barato interrumpió el paso de un hombre que frisaba los cuarenta años, de buen porte, impecablemente ataviado de un jean de un azul indescifrable, de una barba púber y de unos ojos revoltosos y bullangueros. Recogió elegantemente su gorra con el logo de los Yankees de Nueva York, se colgó unos lentes imitación Ray Ban, con protección casi mínima para los rayos UV, y se lanzó al nuevo día, abrazándolo con desconfianza. Había pasado una noche enloquecedora y terriblemente lunática, una mujer, con la que había llegado a su habitación con la buena intención de tener sexo toda la noche, se la pasó íntegramente escuchándola como había sido su vida tan llena de desventuras amorosas y de pecados. Se alisó el cabello, se alisó sus pensamientos y se largó a caminar sintiendo la brisa de un aire burlón, no lo respiró, sólo lo arrojó a la deriva mientras subía al microbús acrobático que lo llevaría a Jesús María, donde tenía una cita matutina con una chica de liso pelo rubio que dormía en un carro abandonado cercano  a un grifo. La chica tenía unos ojos redondos de un marrón hermoso, casi como la miel, ella era una tierna gata angora abandonada por la vida y por miles de amantes. Filósofa de la calle, pregonaba que sólo le bastaba su mirada para vivir, apartada de las comodidades de una casa y hogar, había acondicionado aquel carro Dodge en un departamento dúplex con vista panorámica. Era cómico  cuando de sus labios escuchabas su teoría de la vida, la ductilidad del metal precioso como el oro resplandeciente de su sonrisa. Había dopado aquella belleza a Sebastian, que bajó del microbús e inmediatamente prendió un cigarrillo de olor penetrante, diríamos que sería un cigarrillo Inka. Inhaló tan hondo como sus pulmones se lo permitieron, acción que lo dejó un poco atontado, diría él con sus palabras propias, feliz. Atisbó entre la neblina el Dodge negro azabache a lo lejos y sonrió al pensar que legaría pronto para ver a su escarlata amante, de pensamiento indescifrable. Teatralizó su caminar, movió exageradamente la cintura como felino en caza, y se aproximó sigiloso hacia la morada ecléctica. Escucho unos ronquidos, quizás fueron unos alaridos, quizás fue el eco de la conversación de la chica morena que no lo dejó dormir tranquilo  la noche anterior con la historia interminable de sus desventuras, sólo observó el movimiento ondulante de la cabellera de la chica de oro que al mirarlo con esos ojos caramelo, le hizo un mohín, que el interpreto que no dbería de llegar todavía a tocar la puerta de esa morada porque la dueña andaba en placeres paganos impropios para la vista de un legendario don Juan.

domingo, 5 de febrero de 2012

Amaneció

Amaneció con la tranquilidad que dormiría toda la mañana, una llamada telefónica desbarato su plan perfecto, era una voz pausada, sonora y metálica, aturdido, amordazado por la modorra, su mente cavilaba por encontrar el autor de tan infeliz llamada, un tanto más despierto, creo oír que detrás de esa voz casi con un sonido pírrico, la voz inigualable de Prince con su Purple Rain, dicha canción tranquilizó su estado catatónico, hola…hola…!!!...- Pablo, la noche es tan apacible como peligrosa… y dejo de escuchar la magnífica guitarra de Prince. El sueño regresó tan pronto que rendido se desmoronó en una poltrona de madera tipo Luis XVI.
Al menos supo que se levantó en la hora encrespada y de tránsito entre la tarde y la noche, se duchó, afeitó y se alisó el cabello con un gel que le congeló segundos su mano izquierda, se puso su camisa dorada y sus botas marrones de punta de acero, acicaló su pantalón, automáticamente llevó su mano a ese cajón donde relució el plateado de ese hermoso revolver enchapado en nácar. Era un acto mecánico de todas las noches, se miró en el espejo sin pestañear y salió rumbo a la avenida Faucett, unos colombianos lo esperarían cerca al aeropuerto, su mercedes avanzaba cual tiburón en aguas cálidas, se sentía un depredador intocable, quiso sentir un poco de adrenalina y pisó el acelerador de ese precioso carro escarlata, sorteaba los carros como ese escualo que tenía tatuado en su hombro derecho, esa avenida semejaba a una serpiente luminosa, subió el volumen y empezó a cantar purple rain purple rain, tratando de imitar al sonido de la voz de Prince tan melancólica y sexy, prendió un cigarrillo, mientras cavilaba cual sería el discurso con que empezaría la negociación con los colochos, trataba de recordar el acento barranquillero, aceleró la marcha, se miró al espejo que retornó la imagen de un niño bañándose en una piscina compitiendo con unos compañeros que lo ridiculizaban por ser tan flaco, movió la cabeza, miró el GPS  de su moderno auto, y escuchó la voz impersonal de ese aparato que le decía…Pablo, Usted llegó a su destino. Aparcó cerca a una farmacia que tenía una enorme publicidad que relucía con una luz de neón que permitía ver el brillo de su capó. Miró extrañado una mujer de mediana estatura que se le acercaba gesticulando prolíficamente, con ademanes casi teatrales, agudizó la mirada, reconoció ese rostro curtido de Estela, esa Barranquillera salerosa, amante de la noche y de los tragos exóticos, fueron instantes, segundos, cuando el sonido de una moto aplacó la caminata de Estela, quien de bruces cayó en la capó de su Mercedes llenándolo de un líquido viscoso, de color rojo brillante. Había esa mañana olvidado el reflejo de innato de un depredador, las calles impúdicas no le hablaron del peligro y esa luz de neón de la farmacia reflejó el preciso instante en que un joven íntegramente vestido de cuero negro erguía su mano derecha empuñando una pistola, atisbó el brillo acuoso de unos ojos impenetrables, escuchó el sonido del disparo y se sumergió en un mar infestado de tiburones y delfines, su cuerpo delgado nadaba velozmente en aquella piscina de un azul profundo como el mar.