Eran las 4
de la mañana y se había quedado sin un céntimo de dinero, tenía que viajar a la
sierra del Perú conjuntamente con sus colaboradores por un mes llevando los resguardos para vivir
prudentemente ese tiempo, sin embargo en sus bolsillos se escabullían las
monedas.
Los minutos
se le agolpaban presionándolo; regresó
de pronto el bendito tic de la ceja que saltaba cual barrista irreal de tribuna
popular hicieron que actuara. Casi de bruces se levantó, se restregó los ojos con ambas manos, respiró profundo,
la madrugada seguía firme como militar en celebración nacional, se echó una fría ducha y
salió raudo de su hotelito que quedaba cerca a la entidad financiera de
rimbombante nombre Citibank.
A dicha transnacional entidad financiera tenía
que acudir, sacó la tarjeta de débito, la limpió frotándola contra su ropa,
rumbeó un poco para despertar del letargo matutino y tan rápido como se había duchado, ya estaba en el cajero, abrió la puerta de lunas transparentes y se internó en
el baúl del tesoro del pirata, introdujo la tarjeta, observó como desaparecía
en ese monstruo de la felicidad, digitó su clave secreta cubriendo con su
antebrazo el panel para que la noche no lo pille y esperó, esperó y esperó y se
desesperó con los segundo que pasaban que se convirtieron en minutos, una gota
de sudor empañó sus lentes de carey colombiano.
Estaba solo
en esa antesala del poder, no había teléfonos de ayuda, no había una mano ni
una voz que lo tranquilizara, pensó en sus millones que pudieran ser hurtados
por demonios cibernéticos; huy carajo sentenció el buen Santandereano, respiró y aspiró intranquilidad, de una cogió su celular e iba a digitar un número y se detuvo
inmediatamente - a quien llamaría – no tenía
un número de ayuda, volteó buscando en si mismo alguna respuesta a su vía crucis
y decidió pulsar el 105 de la policía peruana, explicó a viva voz, para que le
tomen interés al policía somnoliento que detrás de las ondas del celular le
tomaba sus generales de ley.
En minutos apareció,
como película de James Bond, entre las tinieblas un camión policial repleto de policías
de la unidad especial contra robos, armados literalmente hasta los dientes, saltaron
del vehículo haciendo tronar su botas militares enérgicas gallardas prestos a
accionar sus más sofisticadas técnicas y
tácticas ante los experimentados ladrones que amenazaban aniquilar
financieramente al ciudadano colombiano.
El
Santandereano pensó – creo que exageré en mi expresión de socorro ante los
hombres de la ley – los policías acordonaron el pequeño espacio destinado al
cajero automático del Citibank y gritaron gallardamente ¡hombres al suelo!; en
ese instante, como un milagro del Divino Niño Jesús, un sonido robótico retumbó
en el ambiente, todos voltearon buscando de donde provenía esa melodía, cuando
emergiendo de ese tótem monetario brilló la tarjeta de débito tan limpia como había
entrado, el Santandereano agradecido quiso invitar un desayuno opíparo a la tropa de élite,
limpiando por enésima vez su tarjeta de débito presto a introducirla nuevamente en la díscola y temperamental máquina monetaria cuando tácticamente preciso un teniente (mi tío Moto???), acalorado, afiebrado, sonámbulo, lo detuvo diciéndole,
Noooooooo seas h....!!!.