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martes, 7 de abril de 2015

Citibank y la tropa de élite



Eran las 4 de la mañana y se había quedado sin un céntimo de dinero, tenía que viajar a la sierra del Perú conjuntamente con sus colaboradores por un mes  llevando los resguardos para vivir prudentemente ese tiempo, sin embargo en sus bolsillos se escabullían las monedas.
Los minutos se le agolpaban  presionándolo; regresó de pronto el bendito tic de la ceja que saltaba cual barrista irreal de tribuna popular hicieron que actuara. Casi de bruces se levantó, se restregó  los ojos con ambas manos, respiró profundo, la madrugada seguía firme como militar en celebración nacional, se echó una fría ducha y salió raudo de su hotelito que quedaba cerca a la entidad financiera de rimbombante nombre Citibank.

A dicha transnacional entidad financiera tenía que acudir, sacó la tarjeta de débito, la limpió frotándola contra su ropa, rumbeó un poco para despertar del letargo matutino y tan rápido como se había duchado, ya estaba en el cajero, abrió la puerta de lunas transparentes y se internó en el baúl del tesoro del pirata, introdujo la tarjeta, observó como desaparecía en ese monstruo de la felicidad, digitó su clave secreta cubriendo con su antebrazo el panel para que la noche no lo pille y esperó, esperó y esperó y se desesperó con los segundo que pasaban que se convirtieron en minutos, una gota de sudor empañó sus lentes de carey colombiano.

Estaba solo en esa antesala del poder, no había teléfonos de ayuda, no había una mano ni una voz que lo tranquilizara, pensó en sus millones que pudieran ser hurtados por demonios cibernéticos; huy carajo sentenció el buen Santandereano, respiró y aspiró intranquilidad, de una cogió su celular e iba a digitar un número y se detuvo inmediatamente  - a quien llamaría – no tenía un número de ayuda, volteó buscando en si mismo alguna respuesta a su vía crucis y decidió pulsar el 105 de la policía peruana, explicó a viva voz, para que le tomen interés al policía somnoliento que detrás de las ondas del celular le tomaba sus generales de ley.

En minutos apareció, como película de James Bond, entre las tinieblas un camión policial repleto de policías de la unidad especial contra robos, armados literalmente hasta los dientes, saltaron del vehículo haciendo tronar su botas militares enérgicas gallardas prestos a accionar sus más sofisticadas  técnicas y tácticas ante los experimentados ladrones que amenazaban aniquilar financieramente al ciudadano colombiano.

El Santandereano pensó – creo que exageré en mi expresión de socorro ante los hombres de la ley – los policías acordonaron el pequeño espacio destinado al cajero automático del Citibank y gritaron gallardamente ¡hombres al suelo!; en ese instante, como un milagro del Divino Niño Jesús, un sonido robótico retumbó en el ambiente, todos voltearon buscando de donde provenía esa melodía, cuando emergiendo de ese tótem monetario brilló la tarjeta de débito tan limpia como había entrado, el Santandereano agradecido quiso invitar un desayuno opíparo a la tropa de élite, limpiando por enésima vez su tarjeta de débito presto a introducirla nuevamente en la díscola y temperamental máquina monetaria cuando tácticamente preciso un teniente (mi tío Moto???), acalorado, afiebrado, sonámbulo, lo detuvo diciéndole, Noooooooo seas h....!!!.